martes, 24 de mayo de 2011

Placeres cotidianos de un boliviano en Montevideo



















“Siempre me preguntan de dónde soy”, afirma Miguel Villa-Gómez, un boliviano de 26 años que se instaló en Montevideo en marzo de 2010 y que está haciendo su posgrado en Gastroenterología. Este rubio de ojos celestes asegura que algunos no le creen cuando les cuenta su procedencia. Según él, esto se da porque piensan que todos sus compatriotas “son morenitos y chiquitos pero no se dan cuenta de que el mundo es más abierto de lo que se ve por la tele” y que “tiene más cosas que las que uno se imagina desde afuera”. Otros le dicen que su acento -con erres pronunciadas como en inglés- no es el típico de Bolivia. Pero, a pesar de las sospechas que giran alrededor de este médico que excede los estereotipos, la gente lo trata “muy bien” en Uruguay. De hecho, “Migue”, como le dicen quienes lo conocen, sostiene que en los amigos encontró a su familia local. Es fanático del dulce de leche, que lo deleita en cualquiera de sus formas. Incluso a cucharadas y hasta directo del tarro.
Lo que más le gusta de la ciudad donde vivirá por dos años más es algo “que no se tiene en ningún otro lado del mundo”: la Rambla. Disfruta de ese lugar, de sus puestas de sol, de ver a la gente haciendo deporte y del ambiente único que se crea ahí. Por eso, aprovecha y sale a correr en este sitio. Una actividad que realiza tres veces por semana, sin importar que haga frío o calor. Con una disciplina envidiable, parte del centro de Montevideo hasta Avenida Brasil. Así es como entrena y contempla el paisaje que tanto le atrae. Con una atmósfera que nunca ha visto ni sentido en otro lado.

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