Cuadros, esculturas, textos, danzas, partituras y grafitis tienen algo en común: son manifestaciones artísticas. O al menos pueden ser concebidas como tales. Lo difícil es desentrañar qué es lo que las une.
A lo largo de la historia, los intelectuales más prestigiosos han intentado definir el arte. Y, sin embargo, el desafío sigue en pie. De hecho, se complica en una época en la que los museos aceptan cuadrados monocromáticos, bloques de hierro y hasta a una persona como parte de sus exposiciones. El relativismo ha llegado a este ámbito: acercarse a la verdadera naturaleza del arte se impone.
Aunque esta noción se ha relacionado con lo bello, eso es insuficiente. Francis Bacon lo demuestra con cualquiera de sus obras que reflejan –con una crudeza conmovedora- sus obsesiones, traumas y sufrimiento más profundos.
Para Kant, el arte era el objeto de satisfacción desinteresada, a diferencia de lo artesanal, vinculado al trabajo. En este sentido Teófilo Gautier decía que lo bello es lo que no sirve para nada pues todo lo que es útil es feo. Aquí hay un avance. Sin embargo, existe la literatura comprometida, que según esta visión perdería su calidad artística. Sería otra cosa. Un argumento aplicable en los casos en los que se producen panfletos, pero una tesis que los imponentes Albert Camus, Jean Paul Sartre y Eugène Ionesco derriban con su trayectoria.
El arte puede abarcar los aspectos más diversos. Hoy se habla de arte callejero y se hace referencia a los grafitis que “decoran” los muros de las ciudades. En la película Exit Through the Gift Shop el grafitero Banksy denuncia con una ironía simpática el éxito del arte comercial.
Muchos critican el sistema vigente y ven este ámbito como un mero negocio. Pero reducirlo a esto sería un error. La permanencia de las obras y la trascendencia de los artistas, resistiendo el paso de los años, demostrarán, como lo han hecho hasta hora, que el arte existe. Y se define por sí mismo.
http://revistareplicante.com/el-arte-como-lenguaje/
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