martes, 1 de marzo de 2011
Puesta al día
20/02
Con el paso de los días, el ritmo de las actividades se intensificó y nuestros cuerpos empezaron a sentirlo. Arrancábamos a las 7 de la mañana y hasta el mediodía no parábamos. En general después de almorzar seguíamos haciendo cosas, visitando museos, lugares interesantes o recorriendo ciudades.
El cansancio comenzó a pesar y a las 22 parecían las 3. Por eso no estuve escribiendo , incluso cuando tenía muchísimas experiencias increíbles para contar.
Entre las cosas espectaculares que viví en estos días, se encuentra la visita (el martes 15) a Yad Vashem, el museo del Holocausto, o mejor dicho de la Shoah. Allí se funden las historias de miles de víctimas y sobrevivientes para recrear el horror que representó y representa el exterminio masivo del pueblo judío y de otras minorías -enfermos, ancianos, comunistas, homosexuales, gitanos- durante el regimen nazi.
La exposición es inabarcable en un sólo día. Sin embargo, el hecho de no poder leer todos los testimonios, ni llegar a ver todos los videos transmite la inmensidad de lo que sucedió. Cuando leía y pensaba "qué horrible, cómo pudo pasar algo así, me voy a saltear este o este testimonio", al mismo tiempo me decía: "no puedo creer que no tolere, que no soporte ver todo esto. ¿Cómo puedo darme el lujo de semejante actitud cuando tengo en frente mío las historias de millones que sufrieron tanto? De gente que cuando quería hacer algo no podía, que fue obligada a perder la dignidad", enfin deshumanizada.
Si bien creo que de lo mejor de la muestra fueron los videos en los que sobrevivientes cuentan sus experiencias, fue muy interesante ver el sector de búsqueda del museo que reúne material sobre las víctimas de los campos. Hay computadoras y uno puede investigar acerca de sus familiares. Con mi abuelo buscamos a sus parientes de Ostrolenka (el pueblo de donde venía su familia en Polonia).
Aparecieron muchos nombres, algunos cercanos.
Al final de la exposición en la que hay desde las "camas" en las que dormían varias personas en los campos hasta los trajes que llevaban los prisioneros y los zapatos que usaron, hay una sala con todos los nombres de las víctimas en una especie de cono invertido que sale del techo y si uno mira para abajo hay un agujero en la tierra.
La imagen más conmovedora quizás, sea la que uno ve cuando abre la puerta para salir del museo. Desde la terraza se ve la ciudad de Jerusalem enmarcada. Este paisaje transmite un mensaje esperanzador luego de tanto sufimiento. Israel existe, a pesar de todo lo que pasó. Y es un país lleno de prosperidad y fuerzas.
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