miércoles, 23 de marzo de 2011

La ilusión de los medios

Veo las noticias y no puedo creer lo que me cuentan. Leo artículos que describen las tragedias en Costa de Marfil y Libia, mientras que otros relatan las últimas novedades del drama japonés. También hay choques en Francia. Parece que los musulmanes están hartos de ser un tema de discusión y quieren que se los respete como ciudadanos iguales a los demás. Pero hay barrios en los que los franceses no entran, por la violencia que reina en ellos y porque sus habitantes –inmigrantes árabes- se resisten a aprender el idioma local. Ni los asistentes sociales se animan a descubrir qué pasa ahí adentro. Me agoto y pienso lo afortunada que soy.
¡Qué bien se siente (aunque sea) no ser indiferente a lo que pasa! Gracias a los medios se puede saber qué sucede en lugares lejanos. Pero, ¿qué se puede hacer con eso? ¿Cómo deberíamos actuar? Alguien “grande” se hubiera revelado, sin embargo, la mayoría de nosotros volvemos a nuestras realidades. Apagar la tele o cerrar el diario.
En una reunión, con amigos o familia, se comentan los horrores de Japón. Se muestran preocupados y cuentan todo lo que leyeron al respecto. Se sienten bien por saber y ostentan sus conocimientos. Lazarsfeld y Merton lo diagnosticaron hace años. Es la disfunción narcotizante: la gente que dedica su tiempo a enterarse de las noticias se confunde. Y hasta llega a pensar que, con su actitud receptiva frente a lo que sucede en el mundo, está, además de conociendo, haciendo algo al respecto. Una ilusión.
Los medios crean situaciones. Conozco a un hombre que estaba en Tokio cuando comenzó el terremoto. Tenía skype, bendita herramienta que le permitió mantener un contacto casi permanente con los suyos. Decía que estaba tranquilo y que, por momentos, todo temblaba. Lo llamaron de la televisión para que contara su experiencia. Durante la narración, la pantalla emitía imágenes de las olas arrancando de raíz las construcciones que pretendían interrumpir su paso.
Aunque no hace ni dos semanas de esto, me cuesta recordar qué otras filmaciones eligieron para representar la crónica. Pero el dramatismo con el que la ilustraron fue evidente. Tuve miedo. Cuando se acabó la “comunicación en directo” hablé con mi conocido. Estaba tranquilo, decía que la situación no era tan grave como en otros lugares y que, por momentos, todo temblaba. Entendí. Este es el “poder de los medios”. La ilusión.

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