Javier D’Ambrosio podría definir la palabra ecléctico: en él se funden la espiritualidad y el arte para dar vida a un lenguaje propio que revela su esencia
Javier D’Ambrosio tiene 18 años y no es consciente de que está a punto de tener un infarto isquémico cerebral derecho. Tampoco sabe que este episodio será el más importante de su vida ni que, tras sobrevivir, creará un lenguaje propio que lo identificará y definirá como artista, pero que sobre todo revelará su personalidad. “Como persona soy el reflejo de lo que hago y lo que hago tiene el reflejo de lo que soy, así que, a esta altura, ya no sé qué es qué”, dice 26 años después el plástico uruguayo que aprendió con este golpe que “no hay que hacer nada que a uno no le guste ni que a uno le haga sentir mal”. Desde entonces, ha vivido en sitios tan distantes como Flandes, Punta Ballena –a donde volvió y reside en la actualidad-, Nelson Bay (Australia) y Los Angeles. Todos estos lugares comparten algo: la cercanía del mar.
Desde hace 25 o 30 años que este hombre, que combina una camisa Polo celeste con una remera de algodón, un collar largo con un dije rústico con plumas y que usa el pelo hasta el trapecio, intenta vivir cerca del mar. “El mejor supermercado” para encontrar los huesos de animales que usa en sus obras. El recinto de turno es una casa de piedra inserta en un terreno tranquilo de chacras en Punta Ballena donde las estrellas tapan el cielo y los pájaros visitan la terraza. Los árboles verdes y el pasto, de alturas desparejas, al igual que las elevaciones sobre las que se erigen las casas, crean un ambiente en el que la naturaleza manda y convive con una construcción que se adecua a ella: la respeta. Hasta se adapta a los desniveles del piso. Pero esto no es casualidad. Responde a la voluntad de un ser que descubrió cómo estar en contacto con la tierra que habita gracias a sus “grandes amigos chamanes” del Amazonas. Ellos le enseñaron algunas prácticas que realizan cuando tienen una “buena aproximación” hacia personas de afuera para poder estar y respirar bien. Lo que le permite afirmar que “cuando estás en contacto con el lugar donde estás parado las cosas ruedan un poco mejor”.
La naturaleza influye en la vida de este individuo, que trata a los amigos de sus amigos como amigos, desde que se levanta, a las seis de la mañana porque no corre las cortinas de su cuarto, hasta que se “guarda”, alrededor de las seis de la tarde cuando termina las actividades del día. Desayuna, pinta, le da de comer a los perros, que lo acompañan un rato en el taller, sale a hacer mandados o a buscar los materiales para sus obras, duerme la siesta –fundamental para evitar el mal humor- y sigue creando hasta el atardecer. Pero aunque este sea el estereotipo de una jornada de su vida, no hay nada rutinario en ella. “De repente me levanto a la noche a retocar alguna cosa, algún esmalte después de que secó”, comenta al destacar la ventaja de poder hacerlo a cualquier hora. A veces no tiene ganas de nada. Y cuando le pasa eso le hace caso a su voluntad: “es un privilegio”, sostiene.
Pero lo cierto es que él pinta para deleitarse y rodearse de sus obras. Un hecho que se evidencia incluso antes de ingresar en su casa. Desde afuera se ven palos con cintas de colores brillantes y hasta un cuadro bordó con símbolos negros en una pared externa. En el interior, las pinturas–solo de su autoría- llenan los muros y los diversos objetos que crea, como una lámpara con huesos, decoran cada rincón de su morada. Lo que prueba que para él “decorar forma parte de vivir”. Mezclar elementos como el terciopelo, el cuero, la piel, telas estampadas floreadas y huesos con cintas radiantes le permite a este artista generar una atmósfera acogedora que sorprende al visitante que desconoce su estilo y que lo conmueve al exceder lo predecible. Porque D’Ambrosio engendra un ambiente encantado que solo se puede describir con una palabra: mágico.
El ambiente mágico del hogar de D’Ambrosio
Puede que esto se deba a la comodidad que siente en su lugar y que le transmite a sus invitados y hasta a los colados, quienes son tratados con la misma amabilidad con la que se dirige a sus amigos. O tal vez por el hecho de que si crea algo que no le gusta lo destruye. Y si después de realizar una obra alguien quiere comprarla la vende. Pero quien determina la existencia de la producción es él.
Javier D’Ambrosio se acercó al arte a los 5 años cuando le regalaban cosas para pintar para que no molestara pues según afirma “era bastante inaguantable de chico”. Pero su carrera profesional empezó después de aquel acontecimiento que le permitió aprender, a los 18 años, que hay gente oportunista y que debe hacer lo que quiera en la vida. Entró en el taller de Clever Lara y comenzó un recorrido en el que circularon la escultura, la pintura y la instalación. “Fui yendo por distintos caminos. Empecé haciendo cajas con texturas, y después seguí haciendo instalaciones y luego recién empecé a pintar de forma masiva. Hoy hago de todo un poco, un poco de cada una de esas cosas”, sostiene al analizar su trayectoria.
A diferencia del pasado, en la actualidad no tiene referentes. Pero esto no le impide que le fascine el arte uruguayo que presenta “un abanico de artistas que van de todas las gamas, a todos los estilos, a todas las formas”. De hecho, cree que es “uno de los países latinos con más fuerza” en el plano artístico.
Sin embargo, su arte se diferencia del resto de las producciones nacionales. Lo define como “primitivo abstracto” y como “el punto de contacto de todas las civilizaciones primitivas. Es un lenguaje propio que tiene como fundamento el punto de contacto de” todas ellas y los elementos que utilizan para expresarse en forma artística. Con esa inspiración, creó una línea personal “porque es totalmente ridículo tratar de copiar alguna”. Tomó elementos, pigmentos, colores, formas y técnicas de algunas de estas culturas y las mezcló para realizar sus obras.
El contacto con estas fuentes que nutrieron su trabajo y espíritu se dio a través de la religión ifá, de la que forma parte. Conoció culturas de la zona de Benin, del Golfo de Guinea, se adueñó de sus elementos y los trasladó a su vida. La utilización de componentes naturales en las pinturas, como las nogalinas de árboles, que se usan para pintar cuerpos en rituales en África o en Amazonas, le permite establecer un vínculo entre su religiosidad y su arte.
Este hombre con una mirada profunda que revela su compromiso con lo que cuenta, de aspecto juvenil, que puede mantener conversaciones profundas con intelectuales y superficiales con frívolos, afirma que su religión es, ante todo, muy libre al promover el respeto y el amor por los ancestros y por los que a uno lo rodean. Un punto que considera básico de todas las religiones. Pero destaca que la suya se toca con todas y es universalista. “No especula ni con el pecado, ni con la culpa ni con ese tipo de cosas, que son las que utilizan las otras para poder controlar a las masas”, afirma en un tono suave sin titubear este artista que demuestra que es verdad lo que dice: tiene una lengua filosa.
A pesar de que haga declaraciones controversiales, lo que no le puede faltar en su vida es la tranquilidad. Quizás sea por eso que rechaza la culpa. Un sentimiento que le es ajeno y que le ha permitido hacer siempre lo que le “dio la gana”: ha vivido donde ha querido, ha dormido con quien ha querido, ha comido lo que ha querido y lo que ha podido. “El problema va a ser cuando no pueda lo seguir haciendo”. Por ahora, no se puede quejar.
Vista desde la casa del artista.
Las dos primeras fotos fueron tomadas del perfil de facebook del artista.
Javier D’Ambrosio tiene 18 años y no es consciente de que está a punto de tener un infarto isquémico cerebral derecho. Tampoco sabe que este episodio será el más importante de su vida ni que, tras sobrevivir, creará un lenguaje propio que lo identificará y definirá como artista, pero que sobre todo revelará su personalidad. “Como persona soy el reflejo de lo que hago y lo que hago tiene el reflejo de lo que soy, así que, a esta altura, ya no sé qué es qué”, dice 26 años después el plástico uruguayo que aprendió con este golpe que “no hay que hacer nada que a uno no le guste ni que a uno le haga sentir mal”. Desde entonces, ha vivido en sitios tan distantes como Flandes, Punta Ballena –a donde volvió y reside en la actualidad-, Nelson Bay (Australia) y Los Angeles. Todos estos lugares comparten algo: la cercanía del mar.
Desde hace 25 o 30 años que este hombre, que combina una camisa Polo celeste con una remera de algodón, un collar largo con un dije rústico con plumas y que usa el pelo hasta el trapecio, intenta vivir cerca del mar. “El mejor supermercado” para encontrar los huesos de animales que usa en sus obras. El recinto de turno es una casa de piedra inserta en un terreno tranquilo de chacras en Punta Ballena donde las estrellas tapan el cielo y los pájaros visitan la terraza. Los árboles verdes y el pasto, de alturas desparejas, al igual que las elevaciones sobre las que se erigen las casas, crean un ambiente en el que la naturaleza manda y convive con una construcción que se adecua a ella: la respeta. Hasta se adapta a los desniveles del piso. Pero esto no es casualidad. Responde a la voluntad de un ser que descubrió cómo estar en contacto con la tierra que habita gracias a sus “grandes amigos chamanes” del Amazonas. Ellos le enseñaron algunas prácticas que realizan cuando tienen una “buena aproximación” hacia personas de afuera para poder estar y respirar bien. Lo que le permite afirmar que “cuando estás en contacto con el lugar donde estás parado las cosas ruedan un poco mejor”.
La naturaleza influye en la vida de este individuo, que trata a los amigos de sus amigos como amigos, desde que se levanta, a las seis de la mañana porque no corre las cortinas de su cuarto, hasta que se “guarda”, alrededor de las seis de la tarde cuando termina las actividades del día. Desayuna, pinta, le da de comer a los perros, que lo acompañan un rato en el taller, sale a hacer mandados o a buscar los materiales para sus obras, duerme la siesta –fundamental para evitar el mal humor- y sigue creando hasta el atardecer. Pero aunque este sea el estereotipo de una jornada de su vida, no hay nada rutinario en ella. “De repente me levanto a la noche a retocar alguna cosa, algún esmalte después de que secó”, comenta al destacar la ventaja de poder hacerlo a cualquier hora. A veces no tiene ganas de nada. Y cuando le pasa eso le hace caso a su voluntad: “es un privilegio”, sostiene.
Pero lo cierto es que él pinta para deleitarse y rodearse de sus obras. Un hecho que se evidencia incluso antes de ingresar en su casa. Desde afuera se ven palos con cintas de colores brillantes y hasta un cuadro bordó con símbolos negros en una pared externa. En el interior, las pinturas–solo de su autoría- llenan los muros y los diversos objetos que crea, como una lámpara con huesos, decoran cada rincón de su morada. Lo que prueba que para él “decorar forma parte de vivir”. Mezclar elementos como el terciopelo, el cuero, la piel, telas estampadas floreadas y huesos con cintas radiantes le permite a este artista generar una atmósfera acogedora que sorprende al visitante que desconoce su estilo y que lo conmueve al exceder lo predecible. Porque D’Ambrosio engendra un ambiente encantado que solo se puede describir con una palabra: mágico.
El ambiente mágico del hogar de D’Ambrosio
Puede que esto se deba a la comodidad que siente en su lugar y que le transmite a sus invitados y hasta a los colados, quienes son tratados con la misma amabilidad con la que se dirige a sus amigos. O tal vez por el hecho de que si crea algo que no le gusta lo destruye. Y si después de realizar una obra alguien quiere comprarla la vende. Pero quien determina la existencia de la producción es él.
Javier D’Ambrosio se acercó al arte a los 5 años cuando le regalaban cosas para pintar para que no molestara pues según afirma “era bastante inaguantable de chico”. Pero su carrera profesional empezó después de aquel acontecimiento que le permitió aprender, a los 18 años, que hay gente oportunista y que debe hacer lo que quiera en la vida. Entró en el taller de Clever Lara y comenzó un recorrido en el que circularon la escultura, la pintura y la instalación. “Fui yendo por distintos caminos. Empecé haciendo cajas con texturas, y después seguí haciendo instalaciones y luego recién empecé a pintar de forma masiva. Hoy hago de todo un poco, un poco de cada una de esas cosas”, sostiene al analizar su trayectoria.
A diferencia del pasado, en la actualidad no tiene referentes. Pero esto no le impide que le fascine el arte uruguayo que presenta “un abanico de artistas que van de todas las gamas, a todos los estilos, a todas las formas”. De hecho, cree que es “uno de los países latinos con más fuerza” en el plano artístico.
Sin embargo, su arte se diferencia del resto de las producciones nacionales. Lo define como “primitivo abstracto” y como “el punto de contacto de todas las civilizaciones primitivas. Es un lenguaje propio que tiene como fundamento el punto de contacto de” todas ellas y los elementos que utilizan para expresarse en forma artística. Con esa inspiración, creó una línea personal “porque es totalmente ridículo tratar de copiar alguna”. Tomó elementos, pigmentos, colores, formas y técnicas de algunas de estas culturas y las mezcló para realizar sus obras.
El contacto con estas fuentes que nutrieron su trabajo y espíritu se dio a través de la religión ifá, de la que forma parte. Conoció culturas de la zona de Benin, del Golfo de Guinea, se adueñó de sus elementos y los trasladó a su vida. La utilización de componentes naturales en las pinturas, como las nogalinas de árboles, que se usan para pintar cuerpos en rituales en África o en Amazonas, le permite establecer un vínculo entre su religiosidad y su arte.
Este hombre con una mirada profunda que revela su compromiso con lo que cuenta, de aspecto juvenil, que puede mantener conversaciones profundas con intelectuales y superficiales con frívolos, afirma que su religión es, ante todo, muy libre al promover el respeto y el amor por los ancestros y por los que a uno lo rodean. Un punto que considera básico de todas las religiones. Pero destaca que la suya se toca con todas y es universalista. “No especula ni con el pecado, ni con la culpa ni con ese tipo de cosas, que son las que utilizan las otras para poder controlar a las masas”, afirma en un tono suave sin titubear este artista que demuestra que es verdad lo que dice: tiene una lengua filosa.
A pesar de que haga declaraciones controversiales, lo que no le puede faltar en su vida es la tranquilidad. Quizás sea por eso que rechaza la culpa. Un sentimiento que le es ajeno y que le ha permitido hacer siempre lo que le “dio la gana”: ha vivido donde ha querido, ha dormido con quien ha querido, ha comido lo que ha querido y lo que ha podido. “El problema va a ser cuando no pueda lo seguir haciendo”. Por ahora, no se puede quejar.
Vista desde la casa del artista.
Las dos primeras fotos fueron tomadas del perfil de facebook del artista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario