miércoles, 27 de abril de 2011

La anulación de la conciencia

Mentir es iniciar una avalancha, con la seguridad de que puede aplastarte. Implica aceptar vivir bajo una amenaza permanente, la más peligrosa de todas: uno mismo, sabiendo que una sombra de culpa tapará el sol para siempre. Sin escapatoria, a excepción del arrepentimiento, que aunque no borra lo hecho, funciona como un buen analgésico para la conciencia.
Cuando un alud se desprende, se agranda a lo largo de la pendiente. Se nutre de ella. Así sucede con las mentiras: se multiplican. La inicial genera otras y el círculo vicioso puede extenderse hasta la eternidad.
“No hay nada peor que hacerse trampas al solitario”, dicen. Pero nadie parece reparar que es el fraude más terrible. Porque, después de todo, ¿a quién engañamos si no a nosotros mismos cuando mentimos? Negar la realidad o cambiarla en nuestro “favor” supone un no reconocimiento de nuestros dichos u actos. De nuestra autonomía entonces. Comunicamos lo que no somos. Y si querer ser lo que no se es resulta lamentable, ser lo que no se quiere es muchísimo más frustrante.
Decimos algo, que sabemos, que no coincide con la realidad con una premisa clara: silenciar esa voz interna que nos indica lo que de verdad pensamos que está bien. Anulamos la consciencia. Ideamos justificaciones poco convincentes pero que, en el entramado de inventos, parecen lógicas. Porque si de coherencia se trata, la autenticidad sería la respuesta.
Si como decía Jean Paul Sartre, “el hombre es la suma de sus actos”, intentar tergiversarlos equivale a cambiar nuestra historia. Eludirlos sería sacarnos vida: perder parte de lo que somos. Rechazar nuestra esencia. Pero no hace falta ser existencialista para darse cuenta de esto. Alcanza con vivir la angustia que genera el engaño. Sobre todo, cuando la voluntad de anularlo de la memoria se potencia tanto como para dominar nuestro cerebro. Sin remedio, más que la rectificación. O un anhelo imposible de volver el tiempo atrás. Y comenzar de nuevo, sin falsedades.


En base a: “Una mentira, madre es de cien hijas”

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