martes, 22 de junio de 2010

Dietas de muy bajas calorías: ¿adelgazamiento asegurado o riesgos para la salud?

Cómo bajar de peso sin sucumbir en el intento




En Uruguay una de cada dos personas tiene sobrepeso. Uno de cada cinco uruguayos es obeso y el 66% de la población es totalmente sedentaria, según la Segunda Encuesta Nacional de Sobrepeso y Obesidad en adultos de 2006 (ENSO II). En este contexto las recetas para adelgazar se multiplican. Y las dietas de muy bajas calorías representan una tentación que promete resultados que se reflejan con rapidez en la balanza. Sin embargo, limitar al extremo las cantidades de comida ingerida puede ser peligroso para la salud y hasta generar el objetivo contrario –el tan temido “efecto rebote”- una vez terminado el tratamiento. Pero hay alternativas menos aventuradas que proponen perder kilos sin pasar hambre, a través de regímenes efectivos pero balanceados. La clave: comer mucho pero sano.

“Lo que más te ayuda es cerrar la boca y no comer. No hay otra”, afirma Laura Varela con tenacidad pero consciente de la dificultad que representa trasladar la firmeza de sus dichos a la acción. Es que esta mujer de 50 años, hoy apenas pasada de peso, sabe de lo que habla. Desde su adolescencia ha luchado contra los kilos de más, que con los años se sumaron hasta convertirse en obesidad. Tras seguir las propuestas de diferentes doctores para desprenderse de lo que tanto la ha molestado y hasta haber rozado el quirófano para hacerse un by pass gástrico, parece que ella encontró una dieta a su medida. Pero el camino no fue fácil y mucho menos directo: probó de todo, incluso las dietas de muy bajas calorías. Optó por la de 600 al día que sugiere el doctor argentino Máximo Ravenna, quien asegura que esa propuesta no puede ser permanente.
“Si una persona no está en actividad tiene que ingerir 1500 calorías y, si quiere adelgazar, 1000”, sostiene el doctor Pedro Kaufmann, ex profesor agregado de la catedra de Nutrición y Digestivo de la Facultad de Medicina. Según explica, “las de menos cantidad de calorías en general son deficitarias”. Esto no significa que no se puedan hacer, sino que hay que completarlas con vitaminas, minerales y proteínas. “Existen dietas de muy bajas calorías que se hacen cuando el paciente está internado, y es alimentado con un preparado de proteínas y glúcidos que no llega a las 550 calorías diarias”. Sin embargo, el especialista revela que en Uruguay no se usan porque son peligrosas y por eso, mal vistas.
Pero aunque algunos –como el propio Kaufmann y el profesor agregado de Endocrinología Raúl Pisabarro- las critiquen, hay dietas muy reducidas que sobreviven a estas miradas inquisidoras y logran el éxito popular en Uruguay y sus alrededores. El método de Ravenna lo demuestra. Este médico propone en sus clínicas en el país vecino y en el Centro Terapéutico Montevideo, regímenes de 1400, 1200, 900 e incluso 600 calorías diarias. La directora del área médica del consultorio montevideano, doctora Florencia García explica que las dietas se apoyan en un plan básico y se adaptan a cada paciente. “En general se usan las que son restringidas en calorías –hipocalóricas- porque el objetivo es adelgazar”. García considera que la cantidad mínima de comida que debe ingerir una persona varía según cada uno, “es algo técnico, depende del paciente y de su estilo de vida”.

600 calorías, un día
En uno de sus últimos intentos por bajar de peso, Laura siguió, con su marido Horacio Ruiz, el tratamiento de Ravenna. Consumían 600 calorías al día, divididas en cuatro comidas de 150, como lo han hecho Susana Giménez y Eduardo Duhalde, entre otras figuras reconocidas. “Da mucho resultado pero hay que complementarla con magnesio, potasio y vitaminas”, explica Laura, quien siempre fue al médico para que la controlara durante el proceso. “Hay gente que se siente mal porque no toma las vitaminas. Además, hay que ingerir mucho líquido porque el cuerpo tiene que recuperar todo lo que no está consumiendo”.
En este sentido, la doctora García subraya que “éste no es sólo un tratamiento llevado a cabo por médicos, sino que es multidisciplinario”. Tal como lo expone, la parte médica es para contemplar las necesidades de los pacientes y darles los suplementos que precisan para no descompensarse con la dieta. El área nutricional es la que se concentra en el seguimiento de la alimentación del individuo. Y la dimensión psicoterapéutica “es la vedette del método al ayudar a los pacientes a encontrar las herramientas para no volver a engordar”. Hay dos terapeutas que se ocupan de diferentes grupos en los que los pacientes intercambian sus experiencias. Tratan, sobre todo, su vínculo con la comida y cómo salir del exceso aprendiendo a relacionarse con los alimentos.

Obstáculos
Aunque García sostiene que no es difícil seguir la dieta porque el asesoramiento de las nutricionistas hace que cada uno pueda armar sus comidas, y hasta comprar sus viandas con las porciones prontas, hay quienes consideran que este método constituye un arduo camino hacia el –a veces alcanzado efímero- adelgazamiento.
Si bien Laura bajó 30 kilos en tres meses y medio, asegura que ese régimen de alimentación genera “mucho rebote”. Al principio da hambre – que según García desaparece en el tercer día - y, una vez abandonado el tratamiento, la mantención se convierte en un gran desafío, que en ocasiones es imposible concretar.
Horacio lo logró. Mantuvo su peso gracias al ejercicio diario. Aunque ya no come sólo 600 calorías, conserva un hábito que adquirió mientras seguía el método de Ravenna: la caminata rápida de una hora todas las mañanas antes de ir a trabajar. Además de esto, cuidarse un poco y consumir productos bajos en grasas le permite permanecer flaco sin el sacrificio que suponía la dieta.
Para Laura, sin embargo, las cosas fueron más complicadas. Según ella, sus dificultades para mantenerse radican en que odia hacer deporte. Fue por eso que, tras recuperar varios kilos, se decidió por una alternativa más cómoda que conserva hasta hoy. En lugar de tener que estar contando las calorías de sus comidas, elige “desayunar como una reina, almorzar como una princesa y cenar como una mendiga”, un viejo refrán sobre cuyos efectos todos han oído hablar pero muy pocos han aplicado. Aunque claro, ella lo hace recordando siempre la máxima que establece que las harinas, el alcohol y los fritos están rotundamente prohibidos.

Sin pasar hambre
“Hoy en día las dietas cuantitativas se usan muy poco porque es muy difícil medir el contenido exacto de las comidas”, comenta Kaufmann, al tiempo que explica que este factor, sumado al hambre que pasa el paciente, hacen que muchas veces las dietas no sean cumplidas. Por eso él recomienda las cualitativas, que no suponen una cantidad fija de comida. De hecho, lo que las caracteriza es que las personas adelgazan consumiendo muchas proteínas como carne, pollo y pescado, y sobre todo, hidratos de carbono. En este tipo de regímenes, el tamaño de las porciones ya no es un problema. Y, quienes lo siguen pueden comer todo tipo de carnes y lácteos magros, verduras, frutas y productos light en diferentes momentos y volúmenes en función del tratamiento elegido.
“Yo propongo las dietas cualitativas hiperproteicas y con baja cantidad de harinas. Esas son las dietas con las que el ser humano se alimentó toda la vida”, comenta Kaufmann.

Adelgazar comiendo más, “sin ninguna harina nunca”
La dieta de la “pirámide invertida” de Kaufmann fue la solución más efectiva y duradera que Laura Varela encontró en su larga experiencia. “Lo que a mí me dio mucho resultado es una dieta en la que desayunás como un rey -yogur, queso magro, jamón, dos frutas y jugo de naranja- almorzás como un príncipe – una proteína, carne, pollo o pescado con ensalada o verduras cocidas-, merendás un yogur, té o café con una fruta o queso magro con jamón, y de noche cenás como una mendigo: sólo una taza de sopa de verduras o ensalada, y una fruta”.
La mayor dificultad de esta opción es que, en estas latitudes, la gente no está acostumbrada a esta distribución de las cantidades de comida, pues se suele comer más en la cena. Pero Laura asegura que se siente satisfecha durante el día y que llega a la cena sin hambre. “Es muy difícil en la parte social porque no podés comer en las reuniones y eventos de noche”. Por eso, ella propone llenarse de líquido para no tentarse. “Te acostumbrás a esta dieta porque un desayuno bien abundante -sin ninguna harina nunca- te asegura no pasar hambre”. Además, “lo bueno es que podés comer la cantidad que quieras de productos magros, recordando que “cero harina” es una regla fundamental”. Para Laura Varela y Enrique Gómez, otro seguidor de la dieta de la pirámide invertida, las dificultades que esta supone valen la pena. Permite un adelgazamiento rápido y –una vez adquirida la costumbre- es un tratamiento que se puede sostener en el tiempo.


La clave: volver a los orígenes
En una época en la que el trabajo parece ser la prioridad de todos y en la que unos pocos parecen escaparse del estrés y de las exigencias sociales que llevan a que la gente deje de hacer ejercicio para consagrar su tiempo a las pantallas y dedique pocos minutos -y hasta ninguno- a comer, cabe reflexionar acerca de la alimentación como una variable para mejorar el estilo de vida.
Comer mal y ser sedentario -no hacer actividad física- son los factores fundamentales que llevan a que el 54% de la población uruguaya tenga sobrepeso y el 20% sea obesa, según la Segunda Encuesta Nacional de Sobrepeso y Obesidad (ENSO II) encabezada por el doctor Raúl Pisabarro en 2006.
La diferencia entre sobrepeso y obesidad se refleja en un número: el Índice de Masa Corporal (IMC). Se calcula dividiendo el peso en kilos por la altura en metros al cuadrado. Así es como el valor que debe obtener una persona para ser saludable se encuentra entre el 20 y el 25, lo que los especialistas llaman “normopeso”. Si fuera menor a 20, el paciente tendría bajo peso. Por otro lado, si el cálculo da entre 25 y 30, el individuo tiene sobrepeso, con algún riesgo de desarrollar diabetes y enfermedad cardiovascular. Y, si el IMC es mayor a 30, la persona es obesa. Esto supone, según Pisabarro, un riesgo médico y una alta probabilidad de contraer esas enfermedades.
Para Kaufmann, la clave para tener un buen estado físico es volver a los orígenes. “Hace miles de años la gente comía plantas, peces y aves. Hoy el individuo que a eso le suma los lácteos -que en aquellos tiempos no se integraban a la dieta–“está bien alimentado”. Como lo explica el experto, esto no rige para un trabajador que dedica muchas horas y esfuerzo a su tarea y que quema 5000 calorías al día.
El aumento del sobrepeso y de la obesidad se debe a dos factores fundamentales. El ser humano ya no tiene que hacer tanto desgaste físico como hace 100 años. En aquel momento, tanto un obrero, como un oficinista que iba caminando a su trabajo, quemaban 3000 y hasta 4000 calorías diarias. Hoy una persona que se traslada en coche y se queda todo el día frente a la computadora “gasta” 2000 calorías. Lo que incrementa la gordura es que la gente se sigue alimentando, según Kaufmann “como comían nuestros abuelos” sin tener en cuenta que hoy se quema poco. Aunque explica que “está entrando la onda” de comer más sano, de todas formas, se sigue consumiendo lo mismo que en otras épocas. Y “esto está sembrando campo fértil para la obesidad”, que se suma al factor genético que también puede causarla.
“La tendencia genética a la obesidad responde a que sobrevivieron los buenos comedores y asimiladores”. Hace miles de años, subsistía el que comía mucho y le transmitía a su descendiente ese tipo de genética que “representa una ventaja en lugares como Darfur o Haití donde la alimentación no es buena, pero que, en una sociedad civilizada y bien nutrida lleva a la obesidad”.

Imagen tomada de:
Ensalada: http://karchedon.files.wordpress.com/2008/07/comida_sana.jpeg

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