martes, 29 de mayo de 2012

Una historia detrás de www.4paredes.org


Desde hace mucho que me interesa la cultura, la literatura, la política internacional y los fenómenos sociales. Quizás fue por tener un perfil multidisciplinario que me costó elegir qué estudiar. De hecho, tras el primer año de Estudios Internacionales en la Universidad ORT, me di cuenta de que lo que realmente me gustaba era la Comunicación, que me serviría para abordar aquellas áreas que tanto me atraían.

Los cuatro años de Comunicación en la Universidad de Montevideo (tan espectaculares como inolvidables), al igual que la experiencia laboral, me permitieron descubrir mi pasión por el periodismo y aproximarme a las ciencias sociales que me interesan.

Esta carrera, que suponía durar 4 años de cursos y medio, que se calculaba para hacer la tesis, se acortó.  Un día, así como si nada, nuestro –admirado- profesor de Periodismo, Luis Melgar, nos contó que tendríamos la opción de hacer un proyecto periodístico en el cuarto año en lugar de la tesis tradicional. Parecía una ilusión. Nos estaban ofreciendo la posibilidad de recibirnos medio año antes de lo esperado. Eso sí, participar en el proyecto multimedia colectivo, inédito en Uruguay, requeriría más esfuerzo, trabajo y compromiso que la tesis.

Trabajamos durante todo 2011 con este objetivo. La primera mitad del año, tuvimos materias, como Fotoperiodismo, Audio y Video, en las que aprendimos a manejar las herramientas para generar contenidos multimedia. Y en la segunda, produjimos un texto individual y, en pares, dos contenidos multimedia. Así y gracias al apoyo de todos los profesores creamos 4paredes.org.

Aceptar este desafío valió la pena. Aprendí mucho más que en cualquier año de la carrera, conocí realidades lejanas y reforcé mi gusto por el periodismo; porque sencillamente me permite acercarme a todo lo que me interesa, analizarlo, criticarlo y acercárselo a otras personas, para quienes estas realidades distantes pueden incluso parecer inexistentes. 

Aquí está el resultado de nuestro trabajo: www.4paredes.org, un conjunto de historias que consideramos, merecían ser contadas. Un conjunto de historias que vale la pena conocer. Es un orgullo formar parte de este proyecto. Gracias a todos los que trabajaron en esto.


jueves, 24 de mayo de 2012

Cómo comunicar lo inimaginable


Si bien según el Diccionario de la Real Academia Española, holocausto significa una “gran matanza de personas, también  “entre los israelitas” es “el sacrificio en que se quemaba toda la víctima”. Entendiendo que el sacrificio supone una ofrenda a un ser trascendente para rendirle homenaje u honor, la palabra holocausto aplicada al horror sufrido por millones de personas en la Segunda Guerra Mundial parece carecer de justificación. Es desconcertante que se utilice un vocablo que proviene de sacrificio para designar el sinsentido del asesinato inescrupuloso, sistemático y premeditado al pueblo judío, a homosexuales, gitanos, opositores al régimen y comunistas.

El lenguaje es poderoso: a partir de él se establecen las convenciones que generan nexos entre los las hechos y los conceptos. Crea sentido. Como uno llama a las cosas influye en la forma en que la gente las percibe. Por eso, es fundamental el modo en que se utiliza, sobre todo al hacer referencia a cuestiones claves para la historia de la humanidad como el holocausto.

Pero ¿cuál es el mejor modo de utilizar el lenguaje para transmitir el horror? ¿Qué herramientas se deben poner en marcha para dar cuenta de lo inimaginable? ¿Cuál es el recurso más acertado para reflejar el sufrimiento y la deshumanización provocada durante la Segunda Guerra Mundial?

Primo Levi – el primero en escribir sobre el holocausto- elige la autobiografía en su catarsis titulada Si esto es un hombre [1]para mantener vivo el recuerdo de los campos y asegurarse de que su historia no muera con él. La narración de hechos reales, de los que fue testigo y partícipe, es lo que le permite transmitir su vivencia. Pero este no es el único camino para comunicar ese dolor profundo y razonado que provocó el régimen nazi. Recurrir a la ficción es una alternativa posible. Y así, utilizar los recursos literarios se presenta como una opción para acercar a la gente ajena al Lager al sentimiento y a las experiencias de quienes sí lo vivieron. Este es el sendero por el que circula Imre Kertész en Sin destino[2] , una novela en la que cuenta las vivencias de un joven judío húngaro en los campos de concentración nazi (experiencia que el autor vivió cuando fue deportado en 1944 a Auschwitz y a Buchenwald). Existen entonces diversos modos de acercarse a la realidad y de transmitir lo sucedido. De hecho, Kertész analiza y reflexiona en Un instante de silencio en el paredón acerca de las diferentes las vías que se pueden tomar a la hora de contar el horror de los campos de concentración.

Estudiaremos en un primer lugar el valor de la narración autobiográfica como herramienta para transmitir la experiencia de un sobreviviente de la maquinaria nazi como Primo Levi para luego concentrarnos en las ventajas de recurrir a la ficción para comunicar lo inimaginable y para acercar un poco al lector a  esta tragedia, la mayoría de las veces ajena a su realidad. Finalmente analizaremos el después de los campos de concentración, la idea de perdón y de culpa que se refleja en las obras de estos sobrevivientes.

I) El valor de la narración autobiográfica para transmitir el horror de los campos de concentración

Hay quienes consideran que el modo más fiel de representar la realidad es intentar describir todas sus características y detalles que la conforman sin caer en artificios. Desarrollar una narración de los hechos, tratando de incluir los aspectos fundamentales que hicieron a una historia ser lo que fue, pero sobre todo dejando de lado las fantasías y los inventos es lo que hace Primo Levi en Si esto es un hombre. De hecho, termina el prólogo en el que establece su pacto autobiográfico con el lector sentenciando que le parece “superfluo añadir que ninguno de los datos ha sido inventado”[3]. Esta afirmación revela con claridad que el autor rechaza el recurso de la ficción para transmitir su experiencia. Valora la importancia de la veracidad de los hechos.

Cada dato que Levi maneja con la naturalidad de un testigo brinda credibilidad a la obra y revela la veracidad de los hechos. Esto se ve desde el principio cuando el autor comienza su crónica contando que fue capturado[4] el 13 de diciembre de 1943 en Italia por pertenecer a una organización antifascista. Contar a qué reglas debían someterse los prisioneros ayuda al lector a imaginarse cómo se vivía allí. Levi cuenta que en el campo aprendieron “a responder Jawohl (sí), a no hacer preguntas, a fingir siempre” que han entendido, a valorar de los alimentos al punto de  raspar “diligentemente el fondo de la escudilla después del rancho” y  hasta ponérsela bajo el mentón cuando comen pan para no desperdiciar las migas[5].

Si esto es un hombre refleja el contexto en el que se enmarca la historia que presenta: revela los eventos sociales y políticos de su tiempo a través de la experiencia de un hombre que cuenta su experiencia. Esta narración es su catarsis pues tal como lo afirma en el prólogo, el proyecto de escribir este libro nació en el campo. “La necesidad de hablar a “los demás”, de hacer que “los demás” supiesen, había asumido entre nosotros, antes de nuestra liberación y después de ella, el carácter de un impulso inmediato y violento”[6]. Contar lo vivido a modo de testimonio asegura  a Levi ser fiel a los hechos pero ¿puede un lector ajeno a la realidad del Lager entender verdaderamente el sufrimiento vivido en los campos? En otras palabras, esa experiencia, que como Levi, vivieron tantos otros, ¿puede ser percibida contada tal cual fue vivida por alguien inmerso en un contexto que nada tiene que ver con los campos de exterminio? ¿No sería acaso más acertado utilizar la ficción para acercar a los lectores un poco más a esa realidad, para muchos, lejana?
Recurrir o no a la ficción para contar lo vivido como prisionero en el Lager es lo que se debate en una escena de La escritura o la vida [7]del español Jorge Semprún, quien fue parado en 1943 por la Gestapo por ser comunista y deportado al campo de Buchenwald en enero de 1944.  En este episodio en el que un grupo de sobrevivientes y el mismo autor discuten cómo deben comunicar lo que vivieron, uno de ellos afirma indignado y con determinación que hay que contar las cosas como son, sin artificios. Frente a lo que Semprún sentencia que narrar bien implica ser entendido, y que esto sólo se logrará recurriendo al arte. Para él, la verdad que tienen que contar es no es creíble sino más bien inimaginable. Contarlo requerirá entonces para este autor un trabajo sobre la realidad y una puesta en perspectiva que resultará en el manejo de la ficción para acercar la verdad de los campos a la gente que nunca los conoció.  Semprún sostiene que después de la liberación habrá grandes cantidades de testimonios y de historiadores que reconstruirán lo sucedido pero que “la verdad esencial de la experiencia no es transmisible” sin recurrir a la literatura.

II) Las ventajas de recurrir a la ficción para comunicar lo inimaginable

“El campo de concentración sólo es imaginable como literatura no como realidad”. Esta afirmación de Imre Kertézs en Diario de la galera revela la razón por la cual, en lugar de hacer una autobiografía, escribió una novela: Sin destino. Las herramientas de la ficción son las que permiten al autor presentar de un modo más comprensible para el lector una realidad que le es lejana.

Sin destino es una obra –por la que Kertész fue galardonado con el premio Nobel- en  la que el protagonista, György Köves narra el antes, el durante y el después de su pasaje por el horror de los campos de concentración nazis. Llama la atención la capacidad de este autor de lograr que el lector, consciente de lo que sucedió, se adelante en la narración y tema por el futuro de los personajes de esta historia, cuya ingenuidad enfatiza la crueldad de las atrocidades cometidas por los nazis. De hecho, Kertész muestra cómo el protagonista descubre lo que sucede y se sorprende ante los acontecimientos. Desde el principio el lector teme por los personajes de la novela pues, por su saber histórico,  puede comprender qué les pasará. Esto se refleja cuando György cuenta que no fue a la escuela porque debía despedir a su padre que se iba trabajar[8]. En ese momento quien lee la obra es consciente de que el futuro del padre es trágico, y Kertész también. Pero, sin embargo, el autor desarrolla una situación en la que el lector desearía entrometerse para despertar a los personajes y así evitar que el padre se vaya. Este recurso hace realista a la historia ya que le quita todo el saber posterior al horror y pone sobre el tapete escenas que pudieron haber sucedido antes de que el mundo supiera qué sucedió.

Es escalofriante, para quien conoce la historia de la Segunda Guerra Mundial, la sensación que genera que al llegar a Auschwitz, le pregunten a György en qué localidad se encuentran. Este sentimiento se potencia cuando el joven lee el cartel de “Auschwitz-Birkenau” y trata “en vano” de acordarse de sus estudios de geografía para saber dónde estaban, lo que “los demás” tampoco sabían[9]. Kertész es sabe muy bien lo que hace. Aunque el hecho de que Auschwitz es el campo de concentración más famoso es vox populi, la consciencia del autor a la hora de mandar a su personaje a este campo se evidencia cuando en Un instante de silencio en el paredón dice que Auschwitz “se convirtió para todos los tiempos en el nombre colectivo de los campos nazis, aunque funcionaran cientos de otros campos”[10].

La creación de un difícil regreso al hogar en el que aparece un periodista a quien sólo le interesa aprovecharse del testimonio del protagonista [11]revela la importancia de la ficción a la hora de transmitir sensaciones. Estos personajes parecen estar en diferentes sintonías pues cuando György se dispone a hablar, el hombre lo corta para preguntarle sólo lo que él quiere saber. Y al no tener la respuesta esperada, pierde el interés y no le presta atención al joven.

En el ensayo, “¿De quién es Auschwitz?” [12]de Un instante de silencio en el paredón, Kertézs sostiene que recurrir a la ficción es mejor que desarrollar una narración real acerca de las atrocidades cometidas por los nazis. De hecho,  se pregunta por qué un “sobreviviente del holocausto y poseedor de otras experiencias del terror” debe alegrarse “de que sean cada vez más las personas que ven” experiencias “en la pantalla… de manera falsificada?”[13] La comparación de las películas “La lista de Schindler” y “La vida es bella” le permite explicar su preferencia. Kertész considera que la inocencia e incoherencia del filme italiano generan sensaciones que el simple relato de lo que sucedió realmente jamás logrará transmitir, pues narrar algo tan terrible como una historia de quien vivió el holocausto, a alguien que jamás estuvo cerca de experiencias semejantes, requiere la utilización de la ficción. La imaginación, las figuras de estilo como las hipérboles y las metáforas son herramientas útiles que acercan al lector –o incluso al espectador- a la realidad de los campos, por más lejos que se encuentre de ellos. Y por más que nunca y por suerte los vaya a sufrir.

El grado de profundidad y abstracción que alcanza Imre Kertész en Un instante de silencio en el paredón al analizar el concepto de holocausto y rechazar el maniqueísmo de reducir los horrores de la Segunda Guerra Mundial a una cuestión entre judíos y alemanes [14]sorprende al lector al proponerle una visión renovada –que también se destaca en Sin destino-de un tema tratado en reiteradas oportunidades en la literatura de finales del siglo XX y comienzos del XXI.

Si bien lo maravilloso de la lectura es que cada persona tiene la posibilidad de adueñarse de una obra cuando la lee,  sólo ella sabe el efecto que ésta produce en su interior. Sin embargo, el recurso a la ficción, al arte, en lugar de la narración de los hechos reales, constituye una herramienta fundamental para hacer una historia más realista. Y acercar una situación lejana a quien quizás nunca la vivirá.

La afirmación de Kertész según la cual a los judíos los mató el totalitarismo[15] invita al lector a reflexionar acerca del nazismo y recuerda el coraje de Hannah Arendt quien se animó a buscar los orígenes de este sistema político pero también se adentró en lo más profundo de la naturaleza humana para ofrecer una óptica controversial acerca del holocausto analizando “la banalidad del mal”.

*Escribí este ensayo para la materia Literatura III de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad de Montevideo

[1] Levi, Primo. Si esto es un hombre. México D.F. Editorial Océano, 2005.
[2] Kertész, Imre. Sin destino. Barcerlona, Acantilado, 2001.
[3] Si esto es un hombre, p. 28.
[4] Si esto es un hombre, p.31.                                
[5]  Si estos es un hombre, 55.
[6] Si esto es un hombre, p. 28.

[7] Semprun, Jorge. L’écriture ou la vie. Gallimard, 1994.
[8] Sin destino, p.7.
[9] Sin destino, p.81.
[10] Un instante de silencio en el paredón, p.61.
[11] Sin destino, p. 248.
[12] Un instante de silencio en el paredón, p.87.
[13] Un instante de silencio en el paredón, p.91.
[14]  Un instante de silencio en el paredón, “Sombra larga y oscura”, p.70.
[15] Un instante de silencio en el paredón, “Sombra larga y oscura”, p.70.

lunes, 14 de mayo de 2012

Cuando la oscuridad permanece aunque sea de día

Tras el fuertísimo golpe que produce leer Noche, al ofrecer a través del sufrimiento una aproximación a la esencia del hombre, bien vale leer El alba y El día. Dos obras, que completan la Trilogía de la noche, y relatan el después del Holocausto.
El alba se basa en la lucha de un joven sobreviviente que pelea contra los ingleses por la creación del estado de Israel y cuyo cargo implica matar. El libro narra entonces el proceso sicológico que este personaje atraviesa para llegar a su cometido. Así, el poder del lenguaje y de las percepciones se evidencian en conceptos como el de enemigo, guerra y deber; que adquieren un papel crucial en el intento de convencimiento del joven.
Wiesel inserta al lector en el dilema entre el deber y la voluntad hasta hacerlo sentir impotente. Es que tras el asesinato nada será igual. Entrar en la cabeza de este chico constituye una experiencia tan alarmante como enriquecedora. Si bien conocer sus pensamientos de primera mano nos permite aproximarnos a esta realidad, la lejanía de la guerra permanece como un alivio durante la lectura. En El día, sin embargo, este premio Nobel de la Paz agrega una crítica a la frivolidad cotidiana que interpela al lector directamente y no lo dejo escapar.
En esta obra, el sobreviviente ya integrado en la sociedad neoyorquina vuelve a estar cerca de la muerte cuando un taxi lo atropella. Su novia y su doctor no entienden por qué él no lucha por su vida, por qué haber sobrevivido -otra vez- no lo llena de felicidad. De este modo, la incapacidad de comunicar la complejidad de sus sentimiento, la dificultad de amar y la soledad de quien vivió el horror representan los temas de fondo de esta historia que tiene varios elementos de la biogfrafía de Wiesel.
El personaje ya estuvo muerto en vida y eso lo aleja del resto de los mortales. Esta lectura nos permite acercarnos al este ser, pero también a lo que pueden haber sentido otros sobrevivientes. Vale la pena intentarlo. Al final, solo tenemos que cerrar el libro y seguir con nuestras vidas.

martes, 1 de mayo de 2012

El vacío y la oscuridad de la desesperanza


Una imagen del Museo del Holocausto de Washington (United States Holocaust Memorial Museum)


Tristeza, amargura e impotencia. Estas son solo algunas de las emociones que puede sentir quien se anime a acercarse a la experiencia de Elie Wiesel (1928, Rumania) durante la Segunda Guerra Mundial. Y uso el verbo animarse porque esta lectura lo que menos produce es placer.

En Noche (que encabeza La Trilogía de la noche, 1972) este sobreviviente del Holocausto cumple con la difícil tarea de aproximar al lector a la realidad lejana e inimaginable de los campos de concentración. Lo logra a través de la narración directa de su vivencia.

Wiesel cuenta su experiencia con una frialdad y crudeza desgarradoras. Cuesta pasar las páginas: la angustia aumenta en cada línea. No porque este sobreviviente relate algo desconocido, sino por la naturalidad con la que las injusticias se evidencian a través del realismo, solo posible gracias a los detalles.

Desde el principio el autor recrea situaciones como la del vagón que lo lleva al campo donde el hambre y la desesperación ponen a prueba a los pasajeros de un viaje hacia la deshumanización. Un viaje en el que el pequeño Wiesel pierde –además de sus bienes- las aspiraciones. Y la fe.

Entre tanto sufrimiento y deterioro físico, lo más terrible resulta el proceso sicológico que vive este ser que deja la ingenuidad para cuestionarse sus creencias hasta revelarse contra Dios. Las preguntas que le hace acerca de por qué permite semejantes injusticias reflejan la frustración y el desasosiego de un joven que alguna vez quiso destinar su vida a la religión.

Pero si bien en esta memoria se recrean las consecuencias de lo peor del terror nazi, también se muestra el amor entre un padre y un hijo que pelean por salir adelante juntos, aunque estén perdiendo la dignidad. Una prueba y razón de que refleja que la deshumanización llega muy lejos pero no se completa.

Es verdad que pasan muchas cosas malas en la vida como para “sufrir” en los ratos de ocio, pero hay lecturas que valen la pena. Como esta, que nos acerca a situaciones históricas terribles, nos prohíbe olvidar y al mostrarnos cómo algunos individuos pierden la dignidad, nos contacta con la esencia del hombre, con sus miedos, dudas, sufrimientos y aspiraciones.

Después de aproximarse a esta experiencia es imposible no valorar cada aspecto de la vida. Y eso es mucho.