viernes, 13 de abril de 2012
Sobreabundancia e hipercomunicación
Llegamos a Nueva York la noche del miércoles 21 de marzo. Esperaba salir del aeropuerto y respirar ese aire frío y seco que me había recibido en abril de 2001, cuando la visité por primera vez. Y se convirtió en mi ciudad preferida, trono que mantuvo hasta el 2009 cuando la belleza, elegancia e intensidad de Londres la dejaron en segundo puesto.
Aunque tuve que esperar hasta el sábado para saborear un oxígeno como el que me llenó los pulmones de energía a los 12 años, disfruté desde que me subí al taxi –amarillo y negro porque solo esos prometen seguridad- para ir al hotel. La pauta era clara: dejar las valijas, bañarse y salir lo más rápido posible para dirigirse a Time Square. Tres cuadras de caminata y las luces ya guíaban nuestro camino. Aceleramos la marcha sumidas en una ola de gente. El trote se impuso. Hubo frenadas inevitables en las boutiques. Y la foto obligada con los carteles de fondo. Salió movida –cómo si no - pero valió la pena pedirle a un turista que nos la sacara.
Sobreabundancia, hipercomunicación. Los mensajes y las estimulaciones visuales se multiplican. Son tan diversos como las pizzas de todos los gustos que ostentan los restaurantes y los m&m’s lilas, verdes, negros y hasta temáticos, de St. Patrick’s Day claro, que decoran las paredes de su tienda. Pasada la medianoche, la cocina de Friday’s, Planet Hollywood y Hard Rock están cerradas pero las puertas de una boutique de cuatro pisos reciben a clientes que aprovechan los precios regalados.
Consumir es parte de cualquier paseo en Nueva York. La oferta es permanente, un bombardeo constante. Carteles, vidrieras, bolsas, publicidades. Escapar no es una opción. Las tentaciones se multiplican y parece que no alcanzaran los días para probar todos los tipos aguas saborizadas que hay en una rotisería en frente de la Universidad de Columbia, ni para degustar la variedad de barras de cereales que vende un supermercado mediano.
Cuántas cosas, cuántas posibilidades, cuánta gente. De repente, parece muy fácil proyectarse en esta ciudad. Visitar el Metropolitan Museum of Art, el MOMA, el Guggenheim. Ir a ver todos los musicales de Broadway. Y hasta revivir la fantasía del Rey león y el drama y la belleza del Fantasma de la ópera.
Habrá que volver.
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