Si ya es difícil escribir acerca de algo que a uno lo implica directa y profundamente e intentar transmitir la emoción y las reflexiones que le provoca, la tarea resulta mucho más complicada cuando se trata de la crónica del concierto de un gigante del arte, de un músico excepcional, de una estrella del rock, de un poeta, de una persona que cambió la historia. Todas esas virtudes, que parece imposible que se concentren en una sola persona, se encarnan en Paul McCartney.
No puedo detallar “lo que pasó ayer en el Centenario” sino lo que me pasó porque desde el principio hasta el final estuve conectada con esa figura que, aunque a lo lejos se veía pequeña, es descomunal. Sea como sea, bien vale la “pena” –o mejor dicho la emoción de revivir el espectáculo- el intento de expresar lo que fue y es escuchar su música en el recuerdo que me acompañará siempre.
Que Paul tocara en Uruguay era un imposible con el que nunca me había permitido soñar. Crecí escuchando a los Beatles, pero sobre todo a Paul, con la certeza de que algún día lo vería. Donde fuera. Que el viniera trascendía cualquier ilusión. Era tan improbable y surreal que excedía el más absurdo de los delirios.
Cuando estaba terminando el liceo, entraba al sitio oficial de este ídolo y miraba los destinos de sus giras. Siempre lejanos. Pero nada me desmotivaba. Sabía que en algún momento haría cualquier cosa por vivir esa experiencia inolvidable. Los años pasaron y Paul tocó en Brasil y en Argentina. Diversas situaciones me impidieron ir. Y la idea de haber perdido la oportunidad de verlo empezó a amenazar la certeza adolescente. Tenía una cuenta pendiente que no era solo la de ver un beatle, sino a Paul. Las razones por las cuales mantuve ese anhelo sobran (y los ejemplos de gente que esperó décadas para verlo también). Es por su genialidad, por sus himnos, pero sobre todo, por lo que esas canciones me provocaron a lo largo de la vida.
La magia llegó al máximo cuando Paul nos permitió entrar en la intimidad de él y John a través de Here Today. Un tesoro que inmortaliza la relación entre ellos y que nos hace partícipes de una historia fascinante.
Paul demostró su altísimo nivel al ofrecer un repertorio amplio que abarcó una gran variedad de temas y al esforzarse por hablar en español. Fue generoso, como de costumbre. Sin embargo, es natural que tras ver a este genio uno quiera más. Más de ese antídoto que nos eleva a una realidad en la que nos distanciamos de lo cotidiano y nos conectamos con la esencia del hombre. Ojalá pueda verlo otra vez. Y si eso no sucede, este recuerdo estará conmigo siempre.
Las expectativas eran muy grandes. Enormes. Y la decepción una de las opciones. No porque Paul fuera a desilusionarme, ya que su profesionalismo es intachable y su banda perfecta, sino porque, tras ver tantos dvds de sus últimos conciertos y soñar estar ahí, podía ocurrir que, al hacerse realidad, perdiera el encanto de la fantasía. No fue así. Este genio me elevó y me dio, con su música, una alegría inexpresable. Paz y felicidad.
Que Paul tocara en Uruguay era un imposible con el que nunca me había permitido soñar. Crecí escuchando a los Beatles, pero sobre todo a Paul, con la certeza de que algún día lo vería. Donde fuera. Que el viniera trascendía cualquier ilusión. Era tan improbable y surreal que excedía el más absurdo de los delirios.
Cuando estaba terminando el liceo, entraba al sitio oficial de este ídolo y miraba los destinos de sus giras. Siempre lejanos. Pero nada me desmotivaba. Sabía que en algún momento haría cualquier cosa por vivir esa experiencia inolvidable. Los años pasaron y Paul tocó en Brasil y en Argentina. Diversas situaciones me impidieron ir. Y la idea de haber perdido la oportunidad de verlo empezó a amenazar la certeza adolescente. Tenía una cuenta pendiente que no era solo la de ver un beatle, sino a Paul. Las razones por las cuales mantuve ese anhelo sobran (y los ejemplos de gente que esperó décadas para verlo también). Es por su genialidad, por sus himnos, pero sobre todo, por lo que esas canciones me provocaron a lo largo de la vida.
Y de repente, por más increíble que fuera, Paul vino a Uruguay. El sueño se hizo realidad. Fue una noche llena de sensaciones. Las luces de colores, el vasto escenario y los efectos especiales endulzaron el show sin osar quitarle protagonismo a la música. La alegría del predecible, pero no por eso menos emotivo, comienzo del show con Hello Goodbye y la frescura de Band on the Run se mezclaron con la potencia de Back in the USSR, Helter Skelter y la vitalidad imponente de Live and Let Die. La ternura e ingenuidad estuvieron presentes en Dance Tonight, cuya música genera una nube de fantasía en la que la expresión de la felicidad desconoce el ridículo. Así lo demostró el baterista, Abe Laboriel Jr. , bailando con pasos que en cualquier otro contexto hubieran resultado extravagantes.
La magia llegó al máximo cuando Paul nos permitió entrar en la intimidad de él y John a través de Here Today. Un tesoro que inmortaliza la relación entre ellos y que nos hace partícipes de una historia fascinante.
Aunque me cueste determinar cuáles fueron las mejores canciones, la emoción fue mayúscula cuando me conecté, como nunca, con la música y la letra de Let it Be. Una maravilla con la que me animo a pensar que todos nos sentimos identificados.
Paul demostró su altísimo nivel al ofrecer un repertorio amplio que abarcó una gran variedad de temas y al esforzarse por hablar en español. Fue generoso, como de costumbre. Sin embargo, es natural que tras ver a este genio uno quiera más. Más de ese antídoto que nos eleva a una realidad en la que nos distanciamos de lo cotidiano y nos conectamos con la esencia del hombre. Ojalá pueda verlo otra vez. Y si eso no sucede, este recuerdo estará conmigo siempre.
Las expectativas eran muy grandes. Enormes. Y la decepción una de las opciones. No porque Paul fuera a desilusionarme, ya que su profesionalismo es intachable y su banda perfecta, sino porque, tras ver tantos dvds de sus últimos conciertos y soñar estar ahí, podía ocurrir que, al hacerse realidad, perdiera el encanto de la fantasía. No fue así. Este genio me elevó y me dio, con su música, una alegría inexpresable. Paz y felicidad.