Linda rodeada por su hija, nietos y bisnietos.
Cuando la pequeña Linda Olivetti dejó Milán en 1939 huyendo con su familia de las leyes antisemitas, ignoraba que su destino le depararía estudiar en el taller Torres García y tener el primer programa de moda de la televisión uruguaya. Lejos estaba también de imaginar que uno de sus cuadros llegaría a convivir con uno de Picasso en la misma sala de un museo en San Pablo. Y que se convertiría en Linda Kohen, la gran figura femenina del arte plástico uruguayo, según Ignacio Iturria y Pablo Atchugarry.
Aunque se autodefina como una persona atormentada, paz y sensibilidad son los adjetivos infaltables a la hora de referirse a Linda Kohen y a su obra. “Sus cuadros transmiten tranquilidad y sosiego, ganas de quedarse un rato más mirándolos”, afirma el director de la Galería Latina, Pablo Marks.
Pero pocos conocen las historias que se esconden detrás de esta lady de rulos dorados, voz ronca y acento italiano que estudió en el taller Torres García con Augusto Torres, José Gurvich y Julio Alpuy. Un ser humano que, según Marks, ha transitado mucho por la vida y ha sabido siempre rodearse de grandes maestros y amigos como Hilda López. Una mujer que a sus 85 años, aún a las diez de la mañana de un sábado lleva con naturalidad una pulsera de cobre con flores, otra de madera color barro, un collar largo de pelotitas negruzcas y unos aretes puntiagudos ineludibles.
Linda Kohen conjuga en su personalidad cuestiones que parecen incompatibles para las élites intelectuales: la devoción al arte y el gusto por la moda, que la llevó a ser la pionera en la pantalla nacional con un programa acerca de diseñadores y modelos en los años 60. Se aleja de los prejuicios que los ilustrados suelen sostener de un área que consideran frívola y superficial para demostrar que la moda es, como sus afectos y la humanidad con la que trata a quienes la rodean, parte de un todo: su vida, empapada por el arte.
El motivo de su existencia
“El arte siempre estuvo presente en mi vida. Mi padre era tenor y pintor y desde chica, todos los fines de semana íbamos a visitar museos e iglesias; mi ciudad natal Milán, si bien no es espectacular para el turista, lo es para quien la conoce. “
Al venir a Uruguay, Linda Olivetti pensaba seguir una carrera, pero los papeles que necesitaba de Italia nunca llegaron. Esto le impidió seguir en la Universidad de Mujeres, a la que había entrado como oyente. Renunció y estudió inglés, que después enseñaría en un instituto. Empezó a dibujar con Pierre Fossey, un francés “excelente” que daba clases en la Plaza Independencia, más tarde comenzó a tomar clases con Eduardo Vernazza. De esos años, recuerda que aprendió muchísimo: “por más que Vernazza no fuera un buen pintor, era un buen dibujante”. Linda se casó a los 21 con Rafael Kohen y se fue a vivir a Buenos Aires, quedó enseguida embarazada. Iba a un círculo de bellas artes donde pintaba desnudos y dibujos con Horacio Butler hasta que nació su hija Marta. Cuando la bebé tenía 14 meses, se mudaron Uruguay.
En 1949 ingresó en el taller Torres García donde había una disciplina muy grande: estuvo un año sin que la dejaran tocar el color para “dibujar y dibujar y dibujar”, lo que considera muy positivo porque “tener el dibujo incorporado le da solidez a la obra, más fuerza.”
“Para mí fue una maravilla, una dicha haber podido pertenecer al taller, por supuesto. Además de todo, por los grandes amigos y grandes pintores que conocí. Estuve con Augusto, con… Augusto Torres, con Alpuy y con Gurvich especialmente. Hasta que en el 71, me había salido mucho del taller: tenía una obra propia, manteniendo el respeto y la dedicación a hacer las cosas con gran rigor. “
Aterrizaje en la moda y la TV
Por los años 60, Linda tenía ganas de que su actividad fuera rentable, de ganarse la vida. “Vino a visitarnos una amiga que trabajaba en Buenos Aires para una revista que en ese momento era “la” revista para la mujer que se llamaba “Claudia”. Ella tenía a su cargo una sección, “los hallazgos de Claudia”: iba por los negocios y vendía publicidad. Le propuse a mi amiga Nelly Becerra trabajar juntas. Buscamos el mejor fotógrafo e hicimos una sección de los hallazgos de Claudia en Montevideo. Entonces crearon un fascículo “Claudia en el Uruguay” a nuestro cargo.” Como gustó tanto lo que hacían en la revista, el canal 4 se puso de acuerdo con la editorial Abril (que editaba la revista) para hacer un programa que se llamara “Claudia”, lo que sería, para Linda, su “aventura más importante”.
Primer programa, primer blooper
Linda cuenta que en aquella ocasión pasó lo siguiente: ella “suponía ser la que se ocupaba de la parte plástica conseguía los modelos y hacía las decoraciones. Nelly se encargaba de la descripción, de hablar, pero cuando apareció la modelo, Nelly se quedó muda. Yo le dije “habla Nelly”, y ella no hablaba. Pasaron dos minutos interminables y empecé a hablar. Desde ahí no paré. A pesar de que tengo una voz espantosa, un acento que no se me fue nunca, parece que gustaba y seguí siendo yo la que hablaba durante diez años. Empezamos en el 63 y en la crisis del petróleo del 73, se cortaron los programas. Nelly y yo creamos uno “Modas en blanco y negro” en el canal 10, cuando la televisión todavía no era en colores.”
Multifacética
Mientras tenía el programa, Linda siguió pintando. “En el 71 hice mi primera muestra individual cuando tenía algo que me parecía propio, algo que decir. Era toda blanca. Tal es así que cuando le mostré unos cuadros a Augusto Torres me dijo “algún día lo van a llamar tu período blanco”.”
Con las exposiciones vinieron las críticas. Recuerda que tuvo algunas muy buenas de un hombre “muy difícil”, Nelson Di Maggio. Pero cuando presentó una maqueta de un laberinto en el Centro Cultural de España en el 2005, un artículo que Emma Sanguinetti publicó en Búsqueda la golpeó. Escribió que “ideas tenemos todos”, como diciendo que el trabajo no era de Linda porque en él, habían intervenido un carpintero y otras personas. En aquella ocasión, su marido Rafael se indignó tanto que mandó una carta a los lectores del semanario que decía que le extrañaba que alguien tan inteligente no se diera cuenta de lo ridículo que era su argumento.
Para Linda el laberinto significaba las disyuntivas, la necesidad de decisión en cada momento, de volver hacia atrás, buscar un camino, la soledad a veces frente a la incógnita. “Es muy intenso. Varias personas me dijeron que encontraron paz, una cosa muy rara. Lo más lindo fue que los niños no querían irse. Salían y volvían a entrar, se divertían como locos. Después me lo pidieron y lo volví a hacer pero con otro diseño en Buenos Aires en Le Palais des Glaces. Creo que fue la muestra más importante que tuve. “
La familia y el arte
“A parte de los afectos, el arte me justifica la vida. Ahora que he quedado sola (tras la muerte de su marido en 2009) y que además mi familia está lejos, he estado sólo pintando. No hago nada más que pintar“. Kohen sólo dejó de pintar durante cuatro años, después de la muerte de su padre y de su abuela entre el 55 y el 59. Pero luego seguió. Afirma que cuando pinta, siente que vale la pena vivir.
Su amiga, Nelly Becerra la define como una persona en la que predomina el gran cariño a la familia, que supo mantener un equilibrio entre los afectos y su vocación. “Cuando se casó no sabía ni siquiera hacer un huevo pasado por agua, fue por eso que empezó a tomar clases con el gran cocinero de Montevideo del restaurante del Hotel España. Aprendió y hoy es una genia.” El risotto y los biscotti de limón son sólo algunas de las especialidades que sus familiares y sus amigos destacan de la lista de las delicias que Linda cocina. A tal punto que está preparando un libro con sus recetas e ilustraciones.
¿Cree que puede dar un mensaje a los demás a través de sus obras?
“Creo que sí. Mucha gente me ha dicho que encuentran paz en mis cuadros. Me sorprendo enormemente porque no soy una persona con paz. Al contrario, soy atormentada.” Cuenta que sobre todo la persigue el miedo a la muerte y confiesa que puede ser que también le tema a la vida. “Tengo algo que es muy común entre los judíos que vivieron la persecución, dicen que una de sus características es tener un sentido de culpa. Parece que el haber sobrevivido cuando tanta de la gente con quien uno estaba fue a la cámara de gas te hace sentir culpable. “
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