A las 8.30 de la mañana de un día diáfano, desde la entrada, “la española” parece un agujero negro.
Dar vuelta a una puerta giratoria de vidrio significa cruzar la barrera entre los colores y las sombras y penetrar en un ambiente oscuro y lúgubre creado por la luz fría de los tubolux y las paredes de mármol en las que se mezclan tonos grisáceos y marrones.
A un metro de la puerta, a la derecha, cuatro filas de gente que espera ser atendida, a la izquierda un cartel dice "cafetería". Debe estar cerrada porque no se percibe movimiento alguno. Sin embargo, una media cuadra más adelante aparece una vidriera que comprueba el error: la cafetería está abierta, y para tratarse de las 8:35am, llena.
Una escalerita de siete escalones es el acceso a un lugar en el que dos mozos de pantalón negro, camisa blanca, chaleco y moñita dan la bienvenida con una sonrisa.Palmitas, medialunas rellenas del tamaño de dos manos y galletas son algunas de las tentaciones con las que se choca de inmediato quien entra al bar. En los estantes de arriba hay golosinas de todo tipo y los papeles violetas claros, oscuros y brillantes aseguran una amplia oferta de chocolates industriales.
No hay olor, parece un espacio neutro. Incluso atemporal, aunque elementos como el pincho donde el mozo simpático, rechoncho, pelado y bigotudo inserta el ticket que indica el monto a pagar, el servilletero plateado que deforma lo que refleja, las botellas de refresco de vidrio y los ventiladores de metal y plástico azul trasladan al cliente a décadas pasadas. Pero lo curioso es que el aire escasea, no circula, parece detenido .El zumbido de las heladeras, el de la televisión prendida, el de los tubos de luz y hasta el ruido de los platos contra el mármol del mostrador generan la sensación de que la cantina es una cápsula en la que los presentes parecen recluirse.
A las 8:45, hay ocho mesas ocupadas por personas solas. Algunas acaban de llegar y se cruzaron con quienes estaban antes. Las medialunas, los sándwiches y los cafés son los hits indiscutidos en el desayuno. Cada ser, en su mesa, se preocupa por sus asuntos: saborean lo que comen y toman, contemplan su alrededor, miran sus celulares y hasta excalaman dirigiéndose lo alto del recinto, donde se encuentra la tele, que aparentemente, no responde.
Dar vuelta a una puerta giratoria de vidrio significa cruzar la barrera entre los colores y las sombras y penetrar en un ambiente oscuro y lúgubre creado por la luz fría de los tubolux y las paredes de mármol en las que se mezclan tonos grisáceos y marrones.
A un metro de la puerta, a la derecha, cuatro filas de gente que espera ser atendida, a la izquierda un cartel dice "cafetería". Debe estar cerrada porque no se percibe movimiento alguno. Sin embargo, una media cuadra más adelante aparece una vidriera que comprueba el error: la cafetería está abierta, y para tratarse de las 8:35am, llena.
Una escalerita de siete escalones es el acceso a un lugar en el que dos mozos de pantalón negro, camisa blanca, chaleco y moñita dan la bienvenida con una sonrisa.Palmitas, medialunas rellenas del tamaño de dos manos y galletas son algunas de las tentaciones con las que se choca de inmediato quien entra al bar. En los estantes de arriba hay golosinas de todo tipo y los papeles violetas claros, oscuros y brillantes aseguran una amplia oferta de chocolates industriales.
No hay olor, parece un espacio neutro. Incluso atemporal, aunque elementos como el pincho donde el mozo simpático, rechoncho, pelado y bigotudo inserta el ticket que indica el monto a pagar, el servilletero plateado que deforma lo que refleja, las botellas de refresco de vidrio y los ventiladores de metal y plástico azul trasladan al cliente a décadas pasadas. Pero lo curioso es que el aire escasea, no circula, parece detenido .El zumbido de las heladeras, el de la televisión prendida, el de los tubos de luz y hasta el ruido de los platos contra el mármol del mostrador generan la sensación de que la cantina es una cápsula en la que los presentes parecen recluirse.
A las 8:45, hay ocho mesas ocupadas por personas solas. Algunas acaban de llegar y se cruzaron con quienes estaban antes. Las medialunas, los sándwiches y los cafés son los hits indiscutidos en el desayuno. Cada ser, en su mesa, se preocupa por sus asuntos: saborean lo que comen y toman, contemplan su alrededor, miran sus celulares y hasta excalaman dirigiéndose lo alto del recinto, donde se encuentra la tele, que aparentemente, no responde.
foto: http://katiadocumet.files.wordpress.com/2008/04/medialunas2.jpg
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